viernes, 8 de febrero de 2013

No puedo ser ni tu amigo.

Tenía un sueño memorable del que ya no me acuerdo cuando sin aviso un intermitente y ensordecedor pitido que sale a golpearme el tímpano desde mi celular me despierta. Instintivamente extiendo mi brazo izquierdo y lo apago. Se me ha olvidado por segunda semana consecutiva quitar la alarma de las ocho, si es sábado.
Los pájaros cantan como si quisiera escucharlos, el cuarto está oscuro gracias a la pintura negra que le niega el paso a la luz que ha viajado millones de kilómetros hasta mi ventana.

Todo pinta normal, pero no es el típico sábado, algo en el aire se respira distinto, como cuando el alba es más azul que roja en un día nublado. Como cuando se presiente algo que inquieta. No me quiero levantar pero es necesario. Sirvo croquetas en el plato para que mi mascota calle los maullidos, y luego me doy cuenta de que estaba callada. Hasta creo que es porque sabe que algo hoy no encaja. Tomo un vaso de leche fría para calentar un poco mis nervios…y pensar.
El azúcar del pan es igual de dulce que siempre pero creo que mi boca no está para sabores cursis hoy. 
Me siento en el sofá de la sala y todo parece tan igual que me debería dar gusto, pero no. Lo soleado del día contrasta con lo sombrío de mi mirada. 
Buscar la razón de mi decadente sábado no me sirve, estoy en blanco. El reloj en la pared disfraza de tic-tacs la risa que le causa verme así. Como si él sí supiera por qué estoy con ánimos de nada, como si supiera por qué intento escribir poemas y no me salen.
Y cómo no le voy a causar gracia, si este bufón lleva ya tres horas y media actuando como mimo. Casi inerte de cuerpo y acelerado en pensamientos confusos, borrosos. El motivo de mi melancolía está oculto entre canciones e irrelevantes versos que las voces en mi cabeza me murmuran, pero no consigo dar con él. 
No me dicen algo que me ayude, no me revelan algo nuevo. De nuevo intento ordenar lo que siento para usar puntos, comas y letras y ver si ellos saben decirme qué tengo. Enciendo mi celular, testigo mudo de todas mis locuras escritas a falta de ganas de usar tinta y papel, e intento conjugar, con el verbo que se deje, lo que me está pasando. Pasa el tiempo y nada aún. En un escape con la esperanza de hallarme a mí mismo en el pasado decido hurgar entre los cientos de poemas que tengo guardados en la pantalla. Y me encuentro con un escrito cuya nota puse de color rosa. Lo leo y entonces comprendo, es el último poema que te escribí. Ese que nunca te dí a leer. Ese que escribí el mismo día en que me dijeron que no querías volver a saber de mí. Silencio. Veo la fecha, y mis dudas se resuelven. Todo cobra sentido. Hace ya dos semanas que lo escribí, hace ya dos semanas que te has ido de mi vida. Y aprovechaste la fecha para regresar y amargarme el día. Me extrañaste tanto que asaltaste mi mente con tu recuerdo. ¿O será que yo te extrañaba e imaginé que estabas aquí?. Como haya sido, cumpliste tu objetivo. Sin embargo lo nuestro ya no puede ser. Ahora estoy con alguien y aunque su ausencia hoy permitió que me sintiera como si aún estuviera contigo, ella llegó a mi vida un sábado y ya no puedo ser, soledad, ni tu amigo.



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