A veces me siento con ganas de decirle a todos aquell@s que me importan, cuánto l@s quiero; y duele sentirse vencido al final por el miedo a sentirse vulnerable de nuevo.
Y busco en dónde se quedaron los "Te quiero" y las pláticas y las salidas frecuentes. En dónde dejamos de saberlo todo uno del otro y la razón de por qué habrá pasado.
Y me encuentro escarbando en los vestigios del pasado personas que hoy se llaman igual y lucen igual pero no son las mismas.
La neblina del orgullo no nos deja ver lo que dejamos a la deriva por no remar un poco más, y queremos enmendarlo cuando está a leguas de nuestra vida y no podemos abrazarlo ni sentirlo, ni oírlo ni mirarlo.
Rebusco mil formas indirectas de impedir el abandono mutuo porque las directas ya parecen muy clichés como detonadores de discusiones que causan el efecto contrario al esperado.
Me intento consolar pensando que al final de la vida cinco amigos o menos son los verdaderos pero me asalta la duda tóxica de si es solo una excusa para sentarse en el cómodo trono de la soberbia.
Sonrío cuando recuerdo que hay más gente maravillosa para conocer, y sin embargo está lejos...y quizá solo sea la adrenalina de lo desconocido el entusiasmo de ello.
La gente pasa y se queda, y se va, y vuelve a veces. Y yo sigo sin saber cómo encontrar la manera de que no duelan los adioses que no se dicen, sino que simplemente se dejan pasar.
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