Un viento que lo sepa todo.
Que sople tan fuerte que nos arranque el cáncer del alma,
que con su silbido encante mis oídos
y hable por sí solo.
Gotas de lluvia que me abofeteen la cara,
que intenten quebrar mi ventana,
que retumben contra mis cimientos y atraviesen mis
paredes.
Una tortura infinita, más agradable que cualquiera haya
sufrido.
Carcajearme ante esa ingenua osadía
de confundir mis ojos empañados con dos estrellas sobre
la noche.
Que mi furia llegue a rugir algún día tan fuerte como la
tormenta allá afuera...
No dejo de pensar en el día en que su mano no me sujetó.